El Hospital General de Zona # 14 y la residencia de medicina interna
El enlace al documental me llegó por telegram de parte de un gran amigo mío con quien todo el tiempo estoy intercambiando recomendaciones de entretenimiento o tecnología. La frase «Resiste Residente» acompañaba la imagen que ilustra este artículo. Después de años dando tumbos por la medicina, desde la cada vez menos inocente etapa universitaria, pasando por las tropelías del internado y culminando con la que fue mi residencia, era más que evidente cuál sería el giro que tendría la filmación (curtido ya estaba); de este tema he escuchado, leído y hablado ya bastantes veces cada año, con cada generación de médicos que llega (internos o residentes). Para mí (y para cualquiera en mis mismas circunstancias) no hay nada sorprendente en el documental (si lo fuera significaría que he vivido debajo de una piedra por lo menos los últimos 18 años), y tristemente, no me tomó por sorpresa.
Lo vi esa misma mañana. Lo que observaba en pantalla trajo a mi mente muchas cosas: escenas, momentos, hospitales, trabajo, guardias, sesiones académicas, personas y médicos. El comparativo de lo que viví y lo que ocurría en el documental despertaron en mí varias sensaciones, después de todo, yo también fui residente, aunque la diferencia es que nunca tuve que resistir enfermizamente. Mi residencia fue normal, diría yo que hasta feliz.
3 advertencias antes de que continúes leyendo
- No soy crítico de cine. Tengo ciertos atisbos de algo cercano al mínimo conocimiento sobre algunos aspectos que conciernen a una película, y nada más. He envejecido con gracia y me divierto leyendo las críticas de las películas que me interesan, emocionándome con una buena prosa que ensalse un producto, o aprendiendo lo que mi podcast favorito de crítica de cine me da con cada episodio, pero hasta ahí.
- Haré alusión a los detestables Spoilers, por lo que si no has visto el documental, lo mejor sería que lo hicieras antes de seguirme leyendo. Lo encuentras acá.
- Si bien la problemática del médico residente es múltiple, me enfocaré principalmente en el trato personal/profesional recibido durante el curso de su especialidad.
Un buen documental
El documental mexicano arranca con una llamada que una doctora le hace a su mamá, donde con voz entrecortada y llorando le expresa la gran impotencia que la invade; está rebasada, se encuentra en un punto de quiebre, su formación como médico especialista, su residencia médica, la ha llevado al colapso.
Tras esto, empiezan los comentarios de diferentes médicos, una voz en off que describe groso modo el quehacer habitual de un residente, y un ex secretario de salud con un punto de vista más administrativo que el resto. Se hace hincapié en lo terrible que puede llegar a ser estudiar una especialidad («llorar el día que te toca guardia no es normal»), cuánto le lleva a un médico ser especialista, y la relación del becario con el sistema de salud público. Todo esto le dará forma al viaje que dura 22 minutos y que va encaminado a público en general pero que también conseguirá identificar a casi todos los médicos con lo visto en pantalla (nunca falta el amargado).
Las escenas ocurren en un hospital que parece ser de zona, en algún lugar de la ciudad de México. No hay interacción de los residentes con pacientes ni con un superior; vemos los rostros de algunos de ellos. La cohesión de los elementos anteriormente descritos, acercan al espectador al ambiente de estrés y soledad que rodea el trabajo del médico en formación; esto me parece bien logrado, sin que sea necesario dar detalles específicos sobre el abuso que algunos pueden sufrir en el día a día; no hay, pues, grabaciones ocultas recientes en donde están humillando a nadie, aunque utilizan aquel video que hace 4 años se hizo viral, donde un neurocirujano le grita e insulta a un residente por la inexistencia de unas notas médicas, y que fue grabado por uno de los testigos para después ser expuesto en redes sociales y acabar disculpándose públicamente por su proceder. Si bien en ese entonces hubo puntos de vista encontrados sobre quienes por ciertas cuestiones defendían al neurocirujano y aquellos que pedían la horca para él, este video ayuda a la gente a formar una base que les permite echar a volar su imaginación sobre qué otras cosas peores podrían ocurrir, y lo peor es que lo que sea que se imaginen, muy probablemente será verdad.
También se toca el tema sobre lo que gana un médico en estas condiciones y la necesidad apremiante de que esta situación mejore, lo que no ha ocurrido en más de 2 o 3 décadas.
Finalmente, en el clímax de la filmación, varios médicos residentes leen una carta que una doctora le escribió a sus padres, en donde les pide perdón y les explica que ya nada tiene sentido, suicidándose poco tiempo después. Es un momento muy intenso, es notorio cómo los conmueve. Es inevitable no sentirse mal (sobre todo para los que fuimos residentes y tuvimos la fortuna de disfrutarlo, más que de sufrirlo y que ahora ejercemos), porque idealmente la doctora ya había hecho lo más difícil (resultar seleccionada en el ENARM), y por razones que no puedo precisar (maltrato, abuso, la excesiva carga laboral o que padeciera alguna enfermedad psiquiátrica, o la combinación de algunos de estos puntos), claudicó en la última etapa de su carrera y de la peor manera: quitándose la vida. Es imposible no sentir un terrible escalofrío; es imposible no pensar en la buena suerte que tuve. Duele.
La música me parece acorde, acompaña bien el relato, lo impregna de un tono oscuro, la sensación de soledad es palpable.
Documental bien llevado, pero la realidad es aún mucho peor
Lo que nos muestran es completamente cierto pero, tristemente, las cosas son aún peores. No ocurre en todos los hospitales, ni con todos los médicos ni con la misma intensidad, pero es innegable que sucede en distintas partes de México (y el mundo) todos los días. Es eso que todos los médicos sabemos que existe aunque no se vea y aunque no lo hayamos vivido jamás. Tan lo sabemos, que cualquier atrocidad que algún colega nos cuente se da por cierta de forma automática.
A través de los años surge, entre los médicos que comparten espacio de trabajo o una buena amistad, el clásico tema «cómo te fue en tu residencia», y lo que he escuchado es para no creerse, indigna, jode mucho. Para muestra, unos cuántos ejemplos de algunas situaciones que sé que han existido para llegar a donde, por obvias razones, el documental no puede llegar. Veamos.
Llegadas a las 4 de la mañana (normalmente se entra a las 7:00 am) al servicio de cirugía general para checar a todos los pacientes y tener listas todas las notas de evolución matutinas, antes de que lleguen los médicos adscritos, tarea que recae principalmente en el (¡claro!) residente de primer año, quien es el eslabón más débil de la cadena alimentaria (ya ni siquiera los médicos internos de pregrado, porque estos habitan en un plano distinto a él, poco alcanzables por la furia de un jefe de servicio y sus diabólicos castigos dignos de la Santa Inquisición). Llegadas a las 4:00 am y salidas a las 10:00 u 11:00 pm cuando no te toca guardia, estando así al menos, 1 año, una cosa de locos.
O lo que ocurrió en Sonora con una hoy intensivista con quien compartí servicio (terapia intensiva) en mis iniciales pasos en el IMSS, que lo mismo recibía guardias de castigo ante la más mínima falla detectada (por intrascendente que esta fuera para la salud del paciente), o los pendientes generados inagotablemente por los residentes de mayor jerarquía, uno tras otro, para hacer que el R1 saliera lo más tarde que se pudiera, y exigirle su llegada al día siguiente por la madrugada, al menos 2 horas antes de la hora de entrada, con guardias cada 3er. día, y así todo el año.
O el dato más cercano que tengo, en donde una persona que conozco inició hace ya tiempo su residencia de urgencias en un hospital de Hermosillo, y la patanería y el acoso de sus residentes superiores le hicieron la vida lo suficientemente imposible al grado de hacerla renunciar y enfocar su vida hacia otro camino. Médicos que se dedicaron a doblegar la voluntad hasta romperla, exigiéndole que acudiera al servicio en fin de semana (mismo que tenía libre) para darles la clase que estaba preparando para ese próximo lunes, o que durante un turno excesivamente pesado y saturado de trabajo a media noche o de madrugada la pusieran a dar o recibir una clase, retrasándose el trabajo que tarde o temprano tendría que sacar ella por ser el residente de primer año.
¿O qué decir del trato a los residentes de primer año en especialidades como urología en algún hospital dónde a ese residente se le dice «perro» o de cualquier otra manera menos por su nombre ? (porque «tienen que entender que son solamente un número, y no personas»).
¿O una médico internista que vino a trabajar a Guadalajara desde Veracruz y su definición de su primer año de residencia es que fue uno de los peores de su vida porque los residentes superiores se dedicaron a hacerle imposible sus actividades diarias?
¿O aquel neurocirujano que conocí en el Nuevo Hospital Civil de Guadalajara cuándo yo estaba en mi 3er. año de residencia de medicina interna, y que me dijo que cuándo él era residente tenía prohibido salir del quirófano hasta que se terminara la cirugía (ni para ir al baño), aunque esta durara 24 horas?
Y por increíble que parezca y como lo dije, no necesito dejar aquí ninguna prueba que sustente lo que te estoy diciendo, porque me lo contaron ellos mismos, los protagonistas de cada situación. Y si no son suficientes mis descripciones, abundarán los médicos que dirán: «Y eso no es nada, ahí te va cómo me trataban a mí». No puedo agregar nada más.
La autoridad en la residencia, sin regulación alguna
Estas cosas suceden en la residencia principalmente porque no hay una regulación oficial que rija la existencia de los residentes como estudiantes de especialidad, ni la coexistencia de estos con sus médicos superiores. Por el lado académico, el departamento de enseñanza de cada hospital tiene su propio programa que es impartido a los becarios. Los médicos adscritos también contribuyen todos los días a enriquecer el conocimiento del residente que esté a su cargo (o deberían hacerlo, pero sobra quien no lo hace y sin que se pueda hacer nada para que esta conducta se revierta, pues ya se trata de «la personalidad» del médico), y lo mismo los residentes de mayor jerarquía podrían aportarle trabajo académico a los de más abajo, si tienen la disposición de hacerlo, sin que esto sea necesariamente obligatorio.
Pero por el lado de la disciplina y la autoridad (que es lo que toca el documental), tampoco hay una norma que rija a los médicos adscritos sobre cómo sancionar a un residente, no hay límites claros, y el ejercicio de la autoridad queda a criterio de cada quién, lo que deja abierta la puerta para injusticias o abusos porque medicina tiene muy marcada las jerarquías de sus elementos (si el superior te dice: «tírate por la ventana» hay que tirarse por la ventana).
Si bien esto puede variar entre hospitales, me es complicado imaginar que el residente tenga a dónde dirigirse para expresar una inconformidad sobre el maltrato recibido, porque con toda seguridad las represalias por parte de los interpelados serían peores. Ante esta ausencia de límites y de uniformidad en la aplicación de la justicia por parte de enseñanza, cada servicio (cirugía, ginecología, medicina interna y el resto) se rige por su código de conducta, cada quién castiga como le viene en gana, pero la misma sensación de vacío de autoridad global ocurre en sentido contrario (lo he vivido), porque cuando he levantado reportes por acciones que dejan mucho qué desear por parte de algún becario, la respuesta es nada, o si acaso una supuesta «baja de calificación» que no sirve para nada. Estamos atorados en eso desde hace décadas. Calificaciones más o calificaciones menos, una vez dentro, nada impedirá al residente terminar la especialidad, a menos que cometa una falta imperdonable (ej. llegar drogado a trabajar o golpear a un paciente). El único y verdadero filtro que hay que superar es el ENARM, después, el tiempo y la inteligencia del involucrado para aguantar y sortear personalidades o problemas, se encargarán del resto.
La eterna desorganización médico-legal
Durante el documental se mencionan las difíciles condiciones de trabajo para el residente, traducidas principalmente en 2 cosas cuya unión es indisoluble: la artera carga de trabajo con jornadas que llegan a ser en promedio de 30 a 36 horas (cuando toca hacer la guardia), lo que equivale a que el médico labore 5 turnos seguidos, una barbaridad y, la otra, el sueldo que reciben (promedio unos 11,000 pesos mensuales para el residente de 1er. año). Este último punto por más que es evidente que debe corregirse, jamás ocurre, debido a que para la Secretaría de Salud, el residente es un «estudiante» a pesar de que ya es un médico general con cédula profesional y, mientras, está trabajando a nivel de especialista, supervisado por los que ya tenemos ese grado. Es imposible no preguntarse porqué un elemento que mueve al sistema público de salud se le paga tan poco en relación a todo lo que hace, mientras otras personas en edad productiva reciben apoyos económicos por parte del gobierno, periódicamente.
En la teoría y en la práctica, existen los elementos necesarios para que estalle un paro médico y así darle un giro favorable a sus condiciones actuales de trabajo, pero esto no progresa más allá de cíclicas y limitadas protestas, creo yo, debido a que no existe un aparato médico legal que nos reúna, guíe y proteja de los atropellos a todos los médicos de este país, incluyendo el ponerle un alto al maltrato que varios reciben dentro de la residencia. El médico residente no tiene oficialmente, fuera del poder de las redes sociales, a dónde acudir, creo yo.
Un buen paro de médicos residentes pondría contra las cuerdas a cualquier gobierno por la trascendencia que ello tienen para el sistema de salud, pero es difícil de llevar a cabo. Sin la guía jurídica, a cualquier autoridad le basta con responsabilizar a los doctores en paro acerca de cualquier consecuencia que ocurra con un paciente, para desarmar a la mayoría y hacerlos desistir de cualquier protesta. La realidad es que desconocemos hasta dónde podemos y cómo estirar la ley al máximo. Estamos a la deriva, y organizar esto para un cúmulo de estudiantes se antoja titánico. No es culpa de ellos, los primeros que hemos fallado en llevar a cabo algo de esa naturaleza somos todos los demás que ya llegamos al otro lado, y tampoco se ve para cuándo.
El costo de los sueños de un médico
Llevar a cabo la residencia médica es todo un reto cuya intensidad varía de acuerdo a la especialidad que se haya elegido; los hospitales públicos están permanentemente llenos (actualmente también con COVID19) y la sobrecarga de trabajo está garantizada; además de turnos de casi 36 horas, el residente debe de cumplir con trabajo extra en casa que es el constante estudio de los temas que a diario surgen del choque con su médico adscrito y otros residentes, o preparar sesiones académicas de artículo, de división o generales (que en muchos hospitales equivale a subir a la horca). Sumémosle a esto la lejanía de la familia, que muchos están en un lugar extraño, viviendo a diario con muy poco, seguramente con lo indispensable, en medio de crisis existenciales que los harán flaquear, dudar más de una vez en una de tantas guardias que no dormirán, preguntándose si esto vale la pena o no. Esto es suficiente para quebrar a cuaquiera ¿Porqué los que ya estamos del otro lado no nos enfocamos aunque sea en no empeorar la situación?
El deber mío como médico en jefe de algún becario es, dentro de las reglas, asegurarme que el médico crezca profesionalmente; después de todo, él o ella me van a tratar el día de mañana que yo esté enfermo. Si respetando su individualidad y su dignidad esa persona no se siente capaz de salir adelante en el presente que está viviendo, debería plantearse si está en el camino correcto o no (porque medicina exige mucho). Deberíamos allanar el camino para que la carrera por sí misma muestre la puerta de salida a los que no tengan el temple para ser buenos médicos (que haga su propia selección natural); para conseguirlo, los que ya pasamos todo esto no necesitamos vivir haciéndole la vida miserable a los demás, y quien sí, que empiece a agendar cita con el psiquiatra.
¿Qué ocurrirá tras este documental?
No mucho, creo. Es imposible. Me parece que ha cumplido bien con su objetivo de informar y acercar a la gente a un problema que existe y que pocos conocen, pero si al público no lo asustan tantas horas de trabajo de un médico o el que una doctora se haya suicidado, no creo que haya más para que los sacuda, no hay «gore» en el material ni sacrificios humanos evidentes que escandalicen a la gente (ni creo que el director así lo hubiera querido). Creo que más de alguno dirá: «sí, está cabrón ser médico residente», pero nada más. Después de todo, nuestros problemas como gremio, si un día se van a resolver, dependerán de nosotros mismos y no de la gente, sin embargo esta dosis de sensibilización social no cae nada mal, la cual espero también haya puesto a reflexionar a los patanes diarios de algunos hospitales.
Resiste, residente (no te queda de otra)
El médico general vive estresado y sufriendo mientras estudia todo un año para pasar el ENARM; como lo dijo una de las doctoras en el documental: «ser especialista te abre las puertas a un mejor futuro». Claro que hay médicos generales con mayor éxito económico que muchos especialistas, sin embargo las probabilidades le dan la razón a la doctora (y medicina está llena de probabilidades).
Siempre serán más los que presentan el examen que los que son seleccionados y, por ende, la posibilidad de quedar fuera y «perder» un año estará latente para cebarse sobre cualquiera y hacerle sentir todo lo negativo que se nos pueda ocurrir. Hay quien se desaparece de su círculo de amigos, otros se sienten perdedores de tiempo completo, otros creen que le fallaron a sus padres, otros dudan de sus propias capacidades, y otros afloran un sentimiento de mediocridad que poco a poco los consume. No se repara en que con todo y eso, aún se está en zona de comfort, porque al llegar al hospital como residente de primer año, alguno probablemente será destrozado. Hoy, ese futuro médico agredido es feliz y no lo sabe.
Las cosas no van a cambiar rápidamente, se tienen que conjuntar diferentes factores para que suceda: unión de todos nosotros y asesoría jurídica para aprender cómo devolverle el golpe a un sistema que abusa de sus doctores, pero todo esto sin que caigamos en el chantaje emocional de que «cómo vamos a dejar de trabajar, pobrecitos pacientes», necesitamos aprender a organizar paros para que los hospitales colapsen lo que tienen que colapsar, pues de otro modo nunca voltearán a vernos, total, el trabajo sale todos los días. El aumento de sueldo para los residentes es obligado, hacen mucho por México, aunque parece que a nadie que pueda incidir en eso le importa.
Pero mientras eso ocurre, el médico seguirá despertando en un cuarto pequeño, en un departamento o una casa lejos de su familia, por momentos triste, perdido, con el alma vacía, físicamente agotado y peor, psicológicamente golpeado por un entorno que está diseñado para que el pez grande se coma al chico. Los que ya estamos más avanzados en este camino debemos enfocarnos en no empeorar las cosas, como mínimo.
El 23 de septiembre fue el día del Médico Residente, y para terminar, quiero desearle a todos ellos, principalmente una cosa: que ojalá te llegue el día en el que tengas unos minutos contigo mismo, mires hacia atrás, y digas «valió la pena».
Mientras, resiste residente.
Dr. Luis Enrique Zamora.
