Punto de quiebre

En uno de los tantos pases de visita que tuve, me encontré con un hombre de unos 28 años; tenía diabetes. Apenas hacía un año que lo habían diagnosticado. Muy curioso es cómo el cuerpo humano en juventud, o se enferma de algo muy simple, o de algo muy grave, como le sucedió a él. Tuvo cetoacidosis, que mata a cualquier edad, aunque no fue su caso.

Tras el susto inicial, respondió bien al tratamiento en el hospital. Hidratación, reposición de potasio intravenoso y, claro, insulina en infusión continúa intravenosa. A mis camas llegó ya con el cuadro casi resuelto. Ahí lo conocí, junto con su padre, y me contó la historia por la que todos pasamos cuando nos enfermamos.

Haría un año que le diagnosticaron diabetes. Poco antes de eso, empezó a perder kilos de peso desenfrenadamente. La cuenta empezó en 120, cuando llegó al hospital pesaba 63. Así lo consumía la enfermedad. Como buen mexicano, no quería saber nada de médicos, aunque sí se apareció en consulta de medicina familiar donde le dieron a las archiconocidas metformina y glibenclamida. Cuando tuvo su receta, desapareció de la consulta.

Pero, a la par, sí alcanzó a decidirse a acudir a recibir homeopatía, dónde le dieron un par de productos.

-Uno me lo dieron para calmar mi ansiedad, porque me sentía mal; el otro era para controlar mi azúcar -dijo.

También me dijo que el homeópata que lo recetó, le comentó que el control de la glucosa se alcanzaría en máximo 6 meses, pero eso nunca sucedió, se puso cada vez peor. Los vómitos, dolores de cuerpo, náuseas, pérdida generalizada de la fuerza, prendieron las alarmas en sus familiares y lo trajeron al hospital, donde en urgencias detectaron que había desarrollado cetoacidosis diabética, el extremo más grave de la enfermedad.

Si he de ser honesto, a estas alturas de mi vida me interesa poco convencer a alguien acerca de lo que pienso de la homeopatía. Pero este caso puede enseñarle mucho, a quien se deje enseñar.

Ante la pérdida tan importante de peso, era claro que el paciente estaba en un estado catabólico, se consumía, el cuerpo necesitaba insulina para «meter» la glucosa (o «azúcar») en las células, y poder entonces dejar de estar utilizando los almacenes corporales, frenando así, su colapso. Ni con las puras tabletas del médico familiar, ni tampoco con productos homeopáticos, iban a poder recuperarlo. Cuando el cuerpo con diabetes cruza la línea, si no es insulina, no hay más, sobreviene la muerte, tarde o temprano. Así pasó durante siglos.

Este paciente alcanzó el punto de quiebre, ese donde la charlatanería no puede mantener el «control» sobre las cosas porque no puede resolverlas. El paciente, pues, acudió al hospital dónde, a pesar de lo mal que se sentía, llegó a tiempo para recibir un buen tratamiento, con bases científicas y sólidas. El viernes 21 de octubre se dio de alta.

Sé que a la medicina le falta aún mucho por aprender, pero las respuestas no están afuera del terreno en el que esta se mueve. La atención médica cubre desde el resfriado más leve, hasta la situación más crítica en la que pueda estar un ser humano. Funcionamos como un todo: el paciente que es atendido por el médico general, probablemente luego requiera ser visto por un internista, quizás luego tenga que ser intervenido quirúrgicamente, a través del cirujano y el anestesiólogo; probablemente luego, requiera valoración por psiquiatría, reumatología, psicología, o si padece algo muy grave, tal vez requiera ingresar a la Unidad de Cuidados Intensivos, y así, a lo largo de su vida, aplican las posibilidades de acuerdo a nuestras características biológicas y sociales

Pero toda la atención es una sola. Piezas sueltas de engranaje de una maquinaria enorme, que se rige bajo las mismas leyes para funcionar (no hay un «hasta aquí te atiendo yo, ahora vete a acupuntura o a biomagnetismo»).

Este es, precisamente, el gran talón de Aquiles de esas áreas que no cuentan con el aval de la ciencia: solo se dedican a atender lo que ocurre afuera de los hospitales, donde es sumamente difícil de poner a prueba, en una situación crítica, las «maravillas curativas que se ofrecen». No son, estas áreas, o técnicas o como sea que se definan, un complemento para la medicina. Al final, siempre, cuando las cosas se compliquen, el paciente pisará el hospital.

Y no importa que se diga «a mí me sirvió, a mí me alivió», los testimonios no aportan nada como prueba de eficacia para justificar el uso sistemático de algo.

Los métodos de curación o atención que cubran solamente padecimientos o cuadros que son atendidos afuera de los hospitales, siempre se enfrentarán a la misma disyuntiva:

¿Curan aquello para lo que se prescriben o aquello se iba a curar aunque no les prescribieran nada?

Ahora, él, a sus 28 años, ya sabe la respuesta.

Dr. Luis Enrique Zamora Angulo

https://doctorhumano.mx

Médico especialista en Medicina Interna desde el 2007. Realizo mi actividad profesional de manera privada en consultorio médico presencial y a través de asesorías médicas en línea, además de también laborar en el sector público, en el Instituto Mexicano del Seguro Social, desde el 2011. Divulgador médico desde hace 3 años, a través de las distintas plataformas digitales, y autor del libro "La guía definitiva para aprobar el ENARM", publicado y vendido en Amazon. Soy creador y anfitrión del podcast médico y canal de YouTube "Medicina ¡Para llevar!".

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