El Hospital General de Zona # 14 y la residencia de medicina interna
Siguen avanzando los años y, con ellos, recorro el camino que tantísimos más antes que yo, han transitado. Demasiados sentimientos encontrados, entre los que llegan a contarse hasta escalofríos, son los que me invaden cuando me pongo a pensar en la época en donde era, apenas, un estudiante de medicina o un médico interno de pregrado, y recuerdo las edades que entonces debían de tener los médicos que nos impartían las materias, que ya no eran tan tempraneras. De ese entonces y, a la fecha, han pasado más de 20 años para mí, y para ellos; algunos, como el Dr. Rojas Samperio (el célebre internista del hospital donde hice mi internado), ya han muerto. Pienso pues, en el transcurso inevitable del tiempo.
Todavía estoy en buena edad, pero cada vez soy menos joven y, como tal, voy viviendo una a una las etapas de mi vida, adaptándome a mi presente, el cual se adereza ocasionalmente con chispazos del pasado, de esa esencia que alguna vez me inundó a manos llenas, que también se ha ido transformando, pero que aún existe en mí. No me malinterpreten, no me desagrada esta evolución, incluso, es necesaria. Ocasionalmente, muchos de estos chispazos internos surgen gracias a los médicos residentes.
Y es que, a pesar de más de 10 años en el Instituto Mexicano del Seguro Social, apenas hace 3 fue cuando empecé a contar con residentes de medicina interna, mi especialidad. Antes de eso, y como buen 08 (médico por contrato, sin base), andaba de aquí para allá sin tener un sentido de pertenencia a ningún hospital y, menos, la posibilidad de involucrarme activamente en la formación de los futuros especialistas.
Mi paso por los servicios de medicina interna era efímero, recibía y daba respeto mientras trabajaba, pero no había lazos duraderos, y mucho menos cuando los residentes que me acompañaban eran de otra especialidad (como ocurría en la terapia intensiva ginecoobstétrica, donde había desde ginecólogos hasta anestesiólogos o urgenciólogos), y quienes ya tenían mucho qué hacer como para aprender a pensar como internista, en el transcurso de una quincena o un mes. Me acostumbré a ejercer «solo».
Las cosas, ahora, son distintas y, en estos 3 años (empieza el 4to.), he disfrutado la experiencia de formar residentes; estoy de nuevo en esa etapa en la que aún me descubro, disfruto mi actividad, y me siento involucrado con ellos. Las cosas suceden como siempre me las imaginé, con una relación que es casi paternal, y que en ocasiones trasciende, con los meses y años de convivencia, a una amistad duradera, aún cuando ya no nos veamos tan seguido.
Ahora me toca ser guía, estoy cómodo con eso, me siento como un padre o, a veces (las menos), como un hermano mayor, y me gusta, así me imaginé en esta etapa de mi vida laboral, que se ve matizada también por las sensaciones que me sigue dejando la paternidad.
El fantasma de la incapacidad
En este escenario existencial, uno de tantos días estaba, hará algún tiempo, cuando el residente que estaba en rotación conmigo, de manera espontánea me dijo que se sentía menos capaz que sus compañeros. De inmediato entendí de qué iba el comentario, porque esta situación es una especie de demonio interno con el que todos hemos convivido, al menos, una vez.
El médico, en los albores de su carrera, que me daba la impresión de ser trabajador aunque hacían apenas escasos días de su llegada al servicio, ya tenía ese dilema existencial, la cual me ha llevado a escribir todo esto, al preguntarme yo mismo ¿Cuándo es menos capaz que los demás un médico residente? ¿Cuándo fracasa un médico residente?
Al terminar la lectura, le quedará claro a varios que, lo que voy a desarrollar, aplica no solamente a medicina, pero no quiero que se pierda de vista que es a este médico al que me interesa contestarle, principalmente.
Uno de los graves problemas a la hora de mencionar la palabra «incapacidad» o «fracaso», es que es un adjetivo muy amplio en sus posibilidades pero, también, potencialmente destructivo si se interpreta incorrectamente. Se tiende, inconscientemente o no, a interpretar medicina como un camino cuyo objetivo final es parejo para todos cuando, lo que ocurre, es lo contrario. Medicina es un intrincado laberinto lleno de caminos a transitar para alcanzar un mismo objetivo; caminos que, para escogerse dependen, sobretodo, del estilo de cada médico.
El médico que se siente menos capaz que sus compañeros, está cometiendo un grave error; lo que sepan sus compañeros y él no, no es lo más preocupante de la situación. Si ser incapaz se define mediante esta regla, estamos perdidos y todos estamos destinados a portar esta etiqueta.
Si el fracaso se atribuye porque nuestras maneras, ademanes, presencia, o el estoscopio que se usa, son menos agraciados (según nosotros) que los de los otros, todos entonces hemos calificado para ser fracasados. No es un buen trato, es demasiado fácil.
Lo mismo pasa si nos comparamos con base al dinero que se gana, o que se tiene (familiarmente, porque habitualmente el residente no tiene mucho que digamos). Siempre habrá alguien con un garrote más grande que el otro.
Aunque los ejemplos anteriores pueden ser motivo de debate, todos los que ya hemos andado por años en el ruedo médico, sabemos que no son verdades absolutas porque, habiendo llegado el momento de trabajar, el éxito del médico entre sus pacientes no depende directamente de ello. Hay quien puede carecer de todos estos «atributos» y tener un éxito tremendo en el medio particular, lo mismo que hay a quien le sobre y sea todo un metrosexual y no tener tanto trabajo (pongo este ejemplo que no escapa de ser incluso algo simplista, pero me parece bastante ilustrativo).
El médico, pues, se desgasta inútilmente y alimenta desenfrenadamente al monstruo de sus inseguridades, cuando mira de reojo al o a los compañeros que (vuelvo a decirlo), según él, son su modelo a seguir, y a quienes admira porque en sus rostros se aprecia que «saben muchas cosas». Está perdiendo tiempo y energía en tonterías.
Crecimiento en paralelo
Como ya he dicho, medicina es muy amplia, los casos que se atienden a diario varían entre los equipos clìnicos y las necesidades personales académicas son distintas para cada quién; es casi imposible que todos estén leyendo lo mismo simultáneamente. Es claro que lo que uno haya leído y aprendido gracias al último artículo, le dará ventaja sobre el otro durante días o semanas en equis tema, pero lo mismo aplicará en sentido inverso. Sin darse cuenta, poco a poco empezarán a hablar el mismo lenguaje o, al menos, habrá nociones de él entre los involucrados.
Y la clave está en eso, en que «poco a poco empezarán a hablar el mismo lenguaje», porque para que eso se dé, todos tendrán que ponerse a estudiar, y mucho, cada quién en su frente, principalmente, fuera del hospital, en sus ratos libres, en sus fines de semana de «descanso». Cumplir este requisito es indispensable. Se puede negociar lo que ahora se ignora, pero el esfuerzo para erradicar esa ignorancia no.
Por eso, para mí, el residente que fracasa es aquel que, teniendo a su lado a quien intenta guiarlo en el proceso de aprendizaje, no se entrega por difícil que resulte ser tomar ese camino. Es sumamente incapaz el que no trae las respuestas de lo que no supo en el pase, al día siguiente, habiendo tenido el tiempo para obtenerlas. No es capaz el que no modifica patrones de comportamiento profesional tras el consejo o la discusión durante el pase de visita. Fracasa al que le pasa de noche lo que el médico adscrito intenta dejarle. Ha perdido la batalla y el privilegio de ser tomado en cuenta, aquel al que se le repiten las mismas preguntas que se quedan otra vez sin ninguna respuesta.
Mi tiempo, y el de cualquier otro adscrito que esté en disposición de enseñar al residente, es muy valioso, porque es escaso. Está prohibido desperdiciarlo.
Todos los demás escenarios de «fracaso» durante la residencia, son intrascendentes. Al título todos vamos a llegar, y una vez con él, empieza otra etapa muy abstracta, en donde cada quién escogerá su camino para llegar al mismo objetivo: Atender a un paciente y atenderlo bien, diagnosticar y, si se puede, curar, bien porque se sea un genio o que, sin serlo, se tenga la disciplina y la perseverancia para alcanzar el mismo resultado.
Al médico residente le dije todo lo anterior, le expliqué un par de cosas para que buscara mejor la información que necesita para aprender y trabajar todos los días, y ya después se terminó el turno y salí de vacaciones. No le ha ido tan mal desde entonces o, al menos, podría ser peor, según me dice. Entendió el mensaje y está menos estresado por el entorno (me parece).
A veces me toca llamarle la atención a los becarios, otras aconsejar, otras enseñar, otras orientar, y lo que más me satisface es que cada ocasión asemeja a un diálogo con mi yo del pasado, que también tuvo más incertidumbre que certezas en los años de residencia, la cual, por cierto, fue una gran etapa, nunca me cansaré de decirlo.
Consejo final para el médico residente: Valora al médico que intenta enseñarte, no le falles, no abundan. El día que lo hagas, ahí podría empezar el camino que te llevará al estancamiento, mientras los demáss crecen, ahí te sentirás cada vez menos capaz, quizás hasta fracasado, y ten por seguro que yo no te contradeciré. Mientras, no te ahogues en un vaso de agua, que esta aventura, apenas empieza.