Cuando la culpa nos hace buscar culpables (a las puertas de la muerte)

Los que tenemos que dar de cuando en cuando, malas noticias, hemos visto todas las reacciones posibles en la gente que las recibe. Hay especialidades en donde, la muerte, a pesar de todos nuestros esfuerzos, hace presencia cotidiana (medicina interna es el ejemplo típico). Las enfermedades, solitarias o combinadas, hacen mella en los cuerpos desgastados por los años, por los malos hábitos, por el trabajo, o por diversos padecimientos. La tercera edad, en algún momento, es una zona de alto riesgo para que la vida se termine.

Pero, antes de la muerte, hay un fenómeno que ocurre periódicamente, y que pone el mundo del enfermo, el de su propia familia, y el de los médicos que están atendiéndolos, de cabeza.

Resignación para (casi) todos:

Cuando una persona está muy delicada, o muy grave, quienes han acompañado al paciente a lo largo de su vida viven, en los días siguientes, diversas sensaciones, que giran, sobre todo, alrededor de la posibilidad de que su paciente muera (es inevitable).

La ansiedad que manifiestan, cada vez que ven llegar al médico, es inequívoca, mientras esperan por los consabidos informes, con la esperanza de que sean favorables. Sí, están preocupados, pero nos dejan hacer nuestro trabajo; su interacción con nosotros, es cabalmente honesta. Así funciona, casi siempre.

La excepción a la regla:

Pero, dentro de todas las reacciones posibles, ante una mala noticia, existe un comportamiento que hace que todo se complique, y que provoca situaciones en las que todos los médicos hemos estado envueltos, y de las cuales no siempre se sale bien librado.

Los que ya lo hemos vivido, identificamos rápidamente el problema, pero los que no, viven momentos sumamente estresantes, y una experiencia que no desearán volver a repetir.

El familiar «distinto»:

De cuando en cuando, uno de los familiares, cuando nos ve llegar por primera vez, nos saluda cortésmente, y nos mira con atención mientras revisamos a su enfermo; luego, charla de manera normal cuando le explicamos el diagnóstico, el estado actual de salud y, por supuesto, las probabilidades que tiene el paciente de salir adelante; todo parece estar bien, sin embargo, en cuestión de 24 horas o menos, se hace cada vez más evidente que no lo está.

De pronto, nos damos cuenta de que, al proponer un tratamiento, o incluso, el alta hospitalaria, su mirada cambia, y asoma la desconfianza; surgen numerosas preguntas (que seguramente ya se habían respondido antes), exige más pruebas o exámenes (que considera necesarios), o hasta pide que mejor acuda a verlo otro médico (especialista o subespecialista), porque no confían en lo que su médico tratante les dice.

Aparte, aunque el médico a cargo le (o les) haya explicado a detalle todo, interrogan a otros doctores de otros turnos, para obtener diferentes versiones de la misma historia, y así compararlas, buscando, o esperanza, o elementos que les demuestren que, efectivamente, el médico que los está atendiendo, está equivocado.

También, tiende a ocurrir que esta persona acude, en algún momento, a la jefatura del servicio, para criticar el manejo de su médico, y hasta acusar de que, este, no le ha dado informes sobre su paciente (aunque no sea cierto), lo que le permite ser tratado de manera preferencial, reforzando el pensamiento de que todo lo que ha estado haciendo, es correcto.

Por último, pero no menos típico, cuando proponemos que el paciente sea egresado, se resiste totalmente, exigiendo que haya 2 o 3 valoraciones más por otros médicos, o que se le cumplan exigencias sin sentido (como que el paciente reciba oxígeno en casa, sin requerirlo).

Como puedes ver, es una situación que complica todo, y puede deteriorar la relación entre la familia y el médico.

¿Y en qué impacta todo esto?

Cuando existen tantas trabas de parte de algún familiar, inevitablemente el proceso de atención y el del alta, se entorpece, lo que hace que se requieran más días de estancia hospitalaria y, a mayor estancia, mayor riesgo de neumonía. Esta es, por excelencia, una de las peores complicaciones que un paciente que está dentro de un hospital, puede tener, a veces, cuesta la vida.

Por lo mismo, los médicos tratamos de que nuestros pacientes abandonen el hospital en cuanto su estado de salud lo permita.

En una situación de este tipo, a pesar de que insistimos, es común que se haga caso omiso de las recomendaciones, ya que la persona o la familia insisten en que se cumplan ciertos requisitos, los cuales, como he dicho, son innecesarios.

¿Y a qué se debe este comportamiento?

Cuando este tema se saca en la mesa, en una reunión médica, y cada quien detalla la experiencia que vivió ante un caso como el que te he descrito, la conclusión es unánime: aquellos que han estado, durante buena parte de su vida, lejos del paciente, (sentimentalmente, físicamente o económicamente), son los que peor manejan la posibilidad de una pérdida, y los que más exigentes son, para con el médico.

Es tan notorio que, también, un integrante de la familia llega a disculparse con nosotros por tal comportamiento: «él siempre es así doctor, pero nunca visita a mi mamá, ni la llama tampoco, no se preocupe», así nos dicen.

De un par de semanas a la fecha, he estado viviendo esta situación en la clínica donde trabajo, con una de mis pacientes; toda su familia tiene este comportamiento.

Esto fue lo que motivó que yo expresara en Twitter lo que pensaba acerca de esta actitud, siendo retroalimentado por un par de usuarios, que me enseñaron que esta situación está descrita en medicina, y que se conoce como «Síndrome del hijo de Bilbao», o también, «Daughter from California Syndrome».

El término, hace referencia a una reacción emocional y de comportamiento, de un familiar que no suele participar en los cuidados de un ser querido y que, ante la inminencia de la muerte, no puede aceptar tal situación, desencadenándose todo lo que te cuento.

Lo entendí todo en un instante: Esto existe y ocurre a diario, en todas partes y, tarde o temprano, todos los que atendemos pacientes nos toparemos con un caso así.

Conclusión, eliminemos la culpa desde los buenos tiempos:

Estoy seguro de que habrá personas que reaccionen así, tan obsesivamente cuidadosas, inquisitivas y exigentes, porque tuvieron una mala experiencia (donde quizás hasta hubo un error humano que los llevó a estar a la defensiva), pero son los menos de todos estos casos. Como he dicho, es prácticamente unánime: la culpa es el eje alrededor del cuál gira todo este desastroso comportamiento.

¿Porqué pasa esto, entonces? Con los años, he concluído lo siguiente:

Pareciera que la gente que queremos, o nuestra familia, permanecerán siempre con nosotros. Cuando todavía estamos jóvenes, quizás entre 35 y 50 años, nos sentimos bien en todo, porque lo tenemos todo: nuestros hijos que, sanos, continúan creciendo y, nosotros, en un gran momento de nuestras vidas, donde económicamente somos productivos, vivimos mejor que nunca, y físicamente somos fuertes; sentimos, pues, que el mundo nos pertenece.

Estamos tan ensimismados con el trabajo y nuestra propia rutina, que dejamos de comunicarnos regularmente con aquellos que forman parte de nuestro pasado porque, inconscientemente, sentimos que siempre van a estar ahí.

Convivimos juntos, tantos años en la infancia, que la imagen de ese todo, permanece inmutable en nuestros pensamientos y, sin reparar en ello, pensamos que siempre va a mantenerse así, como una pintura que durará siglos.

Esto se refuerza cada vez que, a lo largo de la vida, nos vemos; inmediatamente, continuamos con la relación que tuvimos siempre, como si nunca nos hubiésemos separado, como si continuáramos viviendo bajo el mismo techo. Es la magia que surge entre hermanos, padres e hijos, cada vez que se reúnen: la relación se reinicia como si el tiempo no hubiera transcurrido nunca.

Esto, nos crea una «normalidad familiar» que no parece que vaya a cambiar nunca, pero no nos damos cuenta que el tiempo, así como está transcurriendo para nosotros, también lo hace para los demás. Un buen día, alguien nos dice que un abuelo, un padre, una madre, un hermano, se encuentra muy grave, con riesgo de muerte; ahí entendemos que habíamos perdido la noción del tiempo y los años, y algo se rompe en más de uno.

No hay manera práctica de que una persona pueda saber si reaccionará de esta manera cuando se enfrente a esta situación; lo que queda, pues, es enfocarse en minimizar la posibilidad de que ocurra, contrarrestando lo que hoy, probablemente, estamos haciendo mal.

Llama hoy, visita hoy, procura hoy, y cuida hoy, a esa persona; sé consciente de que, en el camino de la vida, le queda menos que a ti, y dale un mejor valor al tiempo que les queda.

Lo que he aprendido, en todos estos años, es que aquel que se ha entregado al máximo, en las buenas y en las malas, tiene mayor entereza para despedirse en paz de su paciente; dentro de su dolor, las cuentas han quedado saldadas, no necesita caer en exageraciones para mitigar culpa alguna, y no necesita asfixiar al personal de salud, para sentir que está haciendo, por fin, algo por alguien.

Siento una profunda admiración por quienes entienden que ha llegado el momento de pasar a otra etapa, y que se entregan a su dolor, sin remordimientos, deseo lo mismo para mí, cuando el destino me ponga en esa encrucijada.

No necesitamos a ninguna hija de California, ni tampoco, a ningún hijo de Bilbao. Ojalá aprendamos y rectifiquemos, mientras aún haya tiempo.

Te envío un saludo.

Dr. Luis Enrique Zamora, médico internista (contacto: drzamoramx@gmail.com).

Dr. Luis Enrique Zamora Angulo.

¿Necesitas asesoría médica? ¡Yo puedo ayudarte!

Ya sea en consultorio, si vives en la zona metropolitana de Guadalajara o, en línea, desde cualquier parte del mundo, podemos concertar una cita. Encontrarás todos los servicios que te ofrezco, aquí.

No dudes en contactarme al 3313377604 o a drzamoramx@gmail.com, me dará mucho gusto atenderte. (Si me contactas desde el extranjero, agrega el «+ 52» antes del número).

¡Saludos!

Dr. Luis Enrique Zamora Angulo

https://doctorhumano.mx

Médico especialista en Medicina Interna desde el 2007. Realizo mi actividad profesional de manera privada en consultorio médico presencial y a través de asesorías médicas en línea, además de también laborar en el sector público, en el Instituto Mexicano del Seguro Social, desde el 2011. Divulgador médico desde hace 3 años, a través de las distintas plataformas digitales, y autor del libro "La guía definitiva para aprobar el ENARM", publicado y vendido en Amazon. Soy creador y anfitrión del podcast médico y canal de YouTube "Medicina ¡Para llevar!".

Artículos relacionados

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¡No te pierdas ningún artículo! ¡Suscríbete a mi blog!