El Hospital General de Zona # 14 y la residencia de medicina interna
Crecí como médico sabiendo que los hospitales públicos, en donde hacía mis prácticas, estaban llenos. Sabía y veía que los servicios estaban saturados y rebasados.Urgencias, casi siempre, sin cama disponible. Así era.
Crecí viendo el cansancio en los rostros de los que entonces eran médicos internos y médicos residentes. Crecí sabiendo que el desvelo me esperaba, para acompañarme durante muchos años.Sabía que sería difícil. Pensaba que al final de mi carrera tendría muchas cosas que contar, pero no sabía que lo que un día le contaría a mis hijos, sería algo que nunca pensé que presenciaría.
No todos los días, no en cada época de la vida, puedes atestiguar algo tan terrible como lo que estamos viendo.
No puedes.
Un día le contaré a mis hijos que a finales de diciembre del 2019, me enteré que algo estaba mal en China, en Wuhan.
Les diré que, cuando pocos lo esperaban, un nuevo virus surgió del reino animal, cruzó la barrera de las especies, y arremetió contra nosotros. Les confesaré también, que no esperaba que las cosas empeoraran más allá de aquella inquietante noticia.
Y les diré que me equivoqué.
A través de mis palabras, sabrán que en las primeras semanas intentamos contrarrestar al virus: confinamiento, diagnóstico, ciencia. Que poco a poco los casos del 2019 n-CoV, aparecieron más allá de las fronteras chinas.
Les diré que fue un coronavirus. Les diré que confiaba en el primer mundo, en que todo lo teníamos bajo control.
Les diré, otra vez, que me equivoqué. Con amargura, les mostraré que, entre enero y febrero, el internet nos enseñó cómo Italia y España eran destrozadas sin piedad, despidiendo de la vida a miles de personas, de una manera que puede considerarse incluso, indigna.
Les contaré que no hubo otra opción. También, les dejaré ver que, aunque todo indicaba que en México viviríamos un desastre, inconscientemente pensé que por alguna razón, probablemente estaríamos bien.
Esperanza, le llaman algunos.
Les diré que el coronavirus llegó aquí un 28 de febrero, y que nos destruyó. Les contaré que en el 2020, (y en el 2021), los hospitales estaban llenos de pacientes que tenían dificultad respiratoria, a causa de un virus para el que no había cura.
Les hablaré de cómo aprendimos en carne viva la verdadera definición de la palabra «desesperación». Les hablaré de cómo esos 2 o 3 litros por minuto que usábamos tan habitualmente para dar soporte respiratorio a los pacientes con neumonía, se reducían a nada al compararse con los 15 o los 60 litros por minuto que hoy vemos a diario en los pisos.
Les diré que eran insuficientes. Con dolor, hablaré de las incontables personas que vi llegar, luego aguantar, después deteriorarse, intubarse, y finalmente, morir rápidamente, a pesar de todos los esfuerzos.
Les hablaré de cómo nos invadieron los ventiladores mecánicos. Les diré que los rostros y cuerpos de médicos y enfermeras desaparecieron en un traje blanco.
Que los ojos a duras penas podían ver, ante lo empañado de los goggles.
Les contaré de cómo el calor era insoportable.
Les contaré que todas las especialidades trabajaron juntas. Les hablaré de cómo perdimos a cientos de médicos, enfermeras, y más.
Les diré que el oxígeno escaseó y se encareció, que los cementerios vieron llegar más rápido que nunca y en mayores cantidades, féretros con personas muertas por COVID19.
Les diré que fue brutal. Les hablaré del miedo de muchos, y la inconsciencia de muchos más.
Les explicaré como el personal de salud y los hospitales dieron la cara por 🇲🇽, y con amargura también diré que los políticos y mucha de nuestra gente no dieron la cara ni por los hospitales, ni por el personal. Les expondré la indignación que me invadió cada vez que me enteraba de las mentiras que el gobierno o sus voceros decían, sobre la pandemia.
Les diré que miles de veces perdí la mirada en la nada, fantaseando con el día en el que todo terminaría. Les recordaré a mis hijos que no fueron a la escuela, que nos las arreglamos lo mejor que pudimos para que terminaran su ciclo escolar.
Les hablaré de la ciencia, y de la aventura que emprendió en mayo del 2020 buscando una solución, una vacuna. Les contaré de los tropiezos que tuvo, buscando un tratamiento para semejante peste; les hablaré de la ansiedad con la que recibíamos cada noticia donde un medicamento parecía poder combatir al virus. Sabrán que nos ilusionamos, que dudamos, y en innumerables veces, nos decepcionamos. Les hablaré de hidroxicloroquina, de ivermectina, de remdesivir, de DEXAMETASONA.
Les contaré de las vacunas, de la rapidez con la que se investigó, se creó y se inició la aplicación. No me alcanzarán las palabras para mostrarles la trascendencia que tuvo la primera aplicación de la vacuna contra el nuevo coronavirus, mirando hacia atrás, con la pandemia terminada…
Porque va a terminar.
«Margareth Keene, se llamaba; era de Irlanda»
Sé que eso les diré. Y les enseñaré las cicatrices que esta pandemia nos dejó, individualmente, y como especie.
Les diré que miles de familias quedaron destruidas y, otros,fueron más afortunados.
Les contaré que tuve COVID19, que pude haber muerto, pero que seguí aquí. Les contaré esta historia repetidas veces a lo largo de mi vida, para que no olviden, para que respeten, pero sobre todo, para que confíen.
Para que confíen en la ciencia. Tal será, en una innumerable cantidad de veces, la conclusión de este relato.
El relato de una pandemia que desoló al ser humano y que a nuestro conocimiento, puso a prueba. Les explicaré como triunfamos.
Les diré que no están solos. Y cuando alguien me pregunte qué estamos haciendo, sentados en cualquier lugar, diré:
«Conversando con los niños».
Y luego, quizás otro día, les hablaré de todo lo demás que viví en la medicina.
Ya veremos, algún día.
Dr. Luis Enrique Zamora, médico internista.
Contacto: drzamoramx@gmail.com.
2 Comments
Buenísimo el post. Reciba un cordial saludo.
¡Muchas gracias por leerme!