El Hospital General de Zona # 14 y la residencia de medicina interna
Sus niveles de testosterona, propios de la edad, lo mantenían alerta todo el tiempo, buscándola (aunque él no se daba cuenta), mas todo adquirió sentido cuando la vio por peimera vez. Blusa y pantalón blanco enfundaban a una mujer hermosa y sexy que, sentada erguidamente frente a una computadora, llamó poderosamente la atención del hombre.
La testosterona lo llevó a sentir lujuria y, también ella, sintió lo mismo debido a los estrógenos que, en altísimos niveles, inundaban su sangre. El deseo fue mutuo e inmediato, aunque ambos lo ocultaron. Protagonizaban la ancestral lucha de nuestra especie por subistir. Sus hormonas hacían lo propio para que ambos tuvieran una pareja. El cruce de las primeras palabras y miradas se dio, y el área ventral tegmentaria movió sabiamente sus piezas: Se empezó a producir DOPAMINA.
Esta, medió la atracción, misma que se fue acentuando con el correr de los días, se obsesionaron el uno con el otro. Las llamadas, los mensajes, el coqueteo cada vez menos camuflado, adquirieron otra dimensión. La dopamina se secretaba y los hacía sentir que cada esfuerzo valía la pena y les deba algo a cambio, por lo tanto, querían más de lo mismo.
A él, la NOREPINEFRINA le quitó el hambre, lo mantenía más despierto, alerta al más mínimo detalle que tuviera que ver con ella; la hormona/neurotransmisor también aceleraba su corazón, sobre todo, cuando la tenía cerca. La DOPAMINA seguía produciéndose, motivaba el cortejo y favorecía las fantasías masculinas.
Imaginaba que la tenía en sus brazos, que la besaba. Su pensamiento, se desbordaba obsesivo, en parte gracias al descenso de la SEROTONINA. Sólo pensaba en cómo agradarla y cautivarla, al grado de dejar de prestar atención a su propia rutina diaria, y la danza neurotransmisora continuaba. El cerebro recibía infnidad de señales, todas placenteras.
La OXITOCINA propiciaba que ambos socializaran, menguando el estrés que generaba pensar que el coqueteo fracasara en cada encuentro, convirtiendo la potencial experiencia traumática en un cosquilleo caliente que recorría ambos cuerpos.
El núcleus accumbens y el área ventral tegmentaria trabajaban al borde del colapso, bombardeados por el CORTISOL, la NOREPINEFRINA y, por supuesto, por la DOPAMINA que no paraba de alimentar el placer que se creaba en ambos ante la idea de verse, leerse o escucharse.
El olfato no los engañaba, se gustaban a todos niveles, de la manera más genuina. El aroma natural de ella, fusionado con un perfume perfecto, encendía los sentidos masculinos. La deseaba cada vez más. La OXITOCINA, el regalo procedente del núcleo supraóptico y paraventricular del hipotálamo, se juntó con la VASOPRESINA, y no les dejaron escapatoria. El coqueteo, la confianza y las hormonas, les quitaron la ropa.
El sexo fue maravilloso y agotador, a la par de satisfactorio. Al momento del orgasmo, la OXITOCINA se liberó con más fuerza que nunca y fusionó el gusto de ambos por la intimidad en común, a la par que reforzó todas las sensaciones acumuladas en las semanas pasadas. Todo fue incomparable.
Pero la misma oxitocina facvoreció la aparición de los celos. El sentido de pertenencia de algo que se considera único e irreemplazable se hizo más latente gracias a la hormona. Sexo pleno, altas concentraciones de OXITOCINA y celos, el trípode de la pasión desmedida.
El círculo placentero se repitió constantemente, y el siguiente paso que decidieron dar fue el estar juntos y ser padres. La relación llegó a un punto en el que se sentían listos para criar a sus futuros hijos. La naturaleza dictaba el camino para dos personas que deseaban estar juntos siempre.
La misma oxitocina (tan abundante durante el sexo) y la vasopresina, los impulsaron a unirse en lazos gruesos y más duraderos, aderezados con el gusto de compartirlo todo. La relación ers sólida, lo tenían todo. La dopamina inundaba sus vidas, con recompensas cerebrales diarias, pero el tiempo pasó, y las cosas con él, cambian.
El fuego abrasador que los consumió al principio, dejó brasas ardientes, llenando su relación y su hogar, de una calidez reconfortante, de esa que no está al alcance de cualquiera, que no se encuentra en ningún otro lado. Los corazones eran uno solo. la dopamina fue descendiendo, y era lo esperado, por lo que llegó la etapa de añadir más leños.
La explosividad incial se convirtió en una carrera de resistencia a largo plazo, que dependía de ellos aprender a disfrutar y, sobre todo, mantener, porque el camino ya lo conocían, el fuego y las brasas existían, pero era preciso mantenerlos con vida.
Y él se aseguró de seguirla viendo con lujuria, de desearla, de tomarla como a ella le gustaba, de volver de cuando en cuando a aquella primer noche en la que tras una deliciosa cena y unos cuántos tragos, aquel vestido floral cayó al suelo, oculto por la incitante oscuridad. Ella hizo lo mismo, y la dopamina siguió produciéndose.
Las citas continuaron, hacían cosas juntos; viajaban, se hicieron cinéfilos, soñaban. Lo que fuera, debía hacerse juntos, y la dopamina siguió produciéndose, fluyendo, recompensándolos a través de los años, ya haciéndolos querer más. Esa dopamina favoreció siempre la entrega a la intimidad intensa y gustosa, que enviaba más oxitocina a los cerebros de los amantes, lo mismo que hacía el abrazo ocasional, el hablar sobre los planes futuros para ambos o, simplemente, extrañarse, todo secretaba más oxitocina.
Ambos debieron entender que los celos eran naturales, pero que eran necesarios el el espacio individual y el crecimiento personal, cada uno en su frente, pero siempr eunidos más allá de este. Siempre volvían con ganas de más. Los hijos crecieron y redondearon el círculo, a largo plazo pusieron su parte para terminar de darle sentido a la vida de sus padres, y ellos, más que satisfechos, agradecieron siempre que la vida los pusiera juntos, a recorrer su camino.
Y si juntos lo recorrieron, juntos envejecieron y, un buen día, alguno de los nietos preguntó, cuando debía, cuál era el secreto de ese amor tan duradero. Y las explicaciones llegaron, tanto de abuela y abuelo, y ambos coincidían, cada uno, desde su perspectiva: fue amor a primera vista, aunque la ciencia fuera menos romántica en su definición.
Porque, para la ciencia, todo fue la complicidad de la naturaleza de asegurarse que nuestra especie siga existiendo, más allá de nombres, de personas, pero no importa, ciencia, hombre y mujer, obtuvieron lo que necesitaban, y lo que quisieron.
En el amor y el deseo, somos dopamina, norepinefrina, oxitocina, vasopresina y olfato puro. Material intensamente flamable recorre nuestros cuerpos todos los días, esperando un solo chispazo, para hacernos sentir eso tan abstracto que llamamos amor, y caer en el océano de emociones que es el enamoramiento, en donde siempre existirán las más grandes historias.
Saludos.
Dr. Luis Enrique Zamora Angulo.